A mí no me enseñaron

-Te he dicho que te calles de una vez. Eres una pesada. No te soporto. Me has despertado. Pero ¿qué te pasa, ahora por qué lloras?

Es imposible reproducir el tono con el que mi  hija mayor se ha dirigido a su hermana pequeña esta mañana, cuando ella se ha despertado 10 minutos antes de que sonara el despertador. Despectivo, soberbio, irrespetuoso… no se me ocurren más palabras para definirlo.

Ante semejante verborrea, normal que la pequeña se ponga a llorar. Normal que a mí me duela mucho más cuando habla así a su hermana que cuando lo hace conmigo.

Normal que yo me pregunte qué estoy haciendo mal… ¿quién ha enseñado a esta niña a hablar así?

Esto es el pan nuestro de cada día en muchísimas familias.

Sin ir más lejos, lo era en la mía cuando yo era niña.

Yo también hablaba fatal a mis padres. Imposible olvidarlo. Cada vez que yo me quejo de lo mal que habla mi hija, me dicen lo mismo en tono irónico: “Hija, no sé yo a quien me recuerda….tú eras exactamente igual…”

A base de castigos y de amenazas mis padres “consiguieron” corregir ese mal comportamiento. Pero no fueron ellos, no. Fui yo la que de repente, un buen día, con unos 12 años, me di cuenta. Me hice consciente de cómo hablaba. Fue como una iluminación. A partir de ahí  fue mucho más fácil corregirlo. Me costó, porque estas cosas llevan su proceso. Pero poco a poco fui aprendiendo que siempre se pueden decir las cosas de otra manera.

De nada sirvieron los castigos y amenazas de mis padres. Era yo la que tenía que ver y comprender. Hasta que eso no pasó, no empecé a cambiar mi manera de hablar. Todos esos años de castigos y amenazas no trajeron nada bueno para mí.

Por eso, ahora, cada vez que escucho a mi hija hablar de manera irrespetuosa a su hermana, o a nosotros, trato de mantener la calma. Si, efectivamente, lo primero que siento son ganas de pegarle un grito y decirle que hable bien, amenazarla, castigarla…es el camino más fácil, el que toma la mayoría, el que tomaron conmigo.

Pero hay otros caminos.

¿Qué me hubiera gustado a mí, que hicieran conmigo? Esa es la pregunta que me hice en su día y que, con el tiempo, me ha llevado a diseñar mi propio plan.

Me hubiera gustado que en vez de centrarse tanto en castigar y reprobar mi manera de hablar me hubieran enseñado a darme cuenta. Así de simple. Ahora yo tengo esa herramienta para dársela a mis hijas. Ellos no la tenían.

Así que, mi método es muy sencillo. Presupongo que ella no se da cuenta de su manera de hablar, con lo cual, no la puedo culpar por algo que no sabe. Lo respeto. Este es el único estado desde el que se puede enseñar habilidades emocionales a los niños. Si hay una cosa que tengo clarísima es que desde el enfado no voy a conseguir nada bueno.

Podría optar por hacer como si nada cada vez que ella habla mal. Pero no puedo, lo siento, es imposible. No va nada conmigo esa manera de actuar.

Entonces se me ocurrió utilizar una metáfora. ¿Sabes esas bandas sonoras de las carreteras que te avisan cuando te sales del carril? Pues cada vez que hables sin respeto, a mí o a tu hermana, te voy a decir una palabra clave, que va a ser como tu banda sonora.

-Prometo no regañarte. Prometo no decirte la palabra clave con voz de enfadada. Sólo te voy a poner la atención ahí, sólo te voy a señalar algo sin juzgar. Lo único que quiero es ayudarte, enseñarte. Lo vamos a conseguir entre las dos, verás.

Ella también hizo su promesa, sólo una: prohibido decir “pero si no lo he dicho maaaaaaaal”, esa frasecita que me saca de mis casillas.

Así funcionamos desde entonces. Y no nos va mal. Ella sigue hablando igual que siempre, pero por lo menos ahora no generamos un enfado más grande cada vez que lo hace.

Lo importante es que sean ellos quienes elijan la palabra clave. Porque es su palabra.

Esta mañana, cuando la he oído hablar con ese mal tono a su hermana, no lo voy a negar… he pensado ¿pero quién ha enseñado a esta niña a hablar así?

Sin embargo, a pesar de toda esa frustración que a veces sigo sintiendo, he respirado profundamente y, desde el pasillo le he dado los buenos días con un enérgico:

“SAGITARIO”

Silencio.

-“Buenos días, mami”.

 

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

 

 

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