Las carambolas no sirven para educar

Puede llegar a ser muy desesperante para unos padres escuchar día tras días las peleas entre hermanos.

Las peleas entre hermanos se multiplican en vacaciones cuando el tiempo sobra. Es verdad que durante el curso escolar si cada niño tiene su propia “agenda”, es posible que interfieran menos unos en las vidas de los otros. Pero en vacaciones lo normal es que esos momentos de roce aumenten exponencialmente. Y cuanto más roce, más posibilidades de que haya un “choque”.

El mes de julio en mi familia comenzó con informes actualizados casi al minuto, de la persona a cargo de mis hijas sobre sus constantes peleas.

En mi caso con mayor motivo dado que no soy partidaria de organizar actividades a los niños para que estén entretenidos, más bien, prefiero dejarlos a su aire y que investiguen por ellos mismos modos de entretenerse. Esto tiene su lado malo, obviamente.

El mes de julio en mi familia comenzó con informes actualizados casi al minuto de la persona a cargo de mis hijas sobre sus constantes peleas.

Luego, por la tarde en casa, más de lo mismo.

….”A ver qué es lo que está pasando aquí exactamente”-me dije.

Pues que están aburridas y con este calor cualquiera está de buen humor.

Ya. Puede que haya algo de cierto en eso. Pero para mí esa respuesta es demasiado general, demasiado imprecisa. Un cajón de sastre muy peligroso porque muchas veces en los detalles es donde está la miga del asunto y por tanto la manera de solucionarlo.

Después de preguntar e indagar llegué a la conclusión de que la pequeña (5 años) sacaba de quicio a la mayor por sus constantes exigencias.

-“Siempre hay que hacer lo que ella dice y si no es así, se pone a lloriquear y es insoportable.”

Por su parte, la mayor (9 años) era incapaz de controlar su rabia por este asunto y terminaba hablando a su hermana pequeña de muy malas maneras y fastidiándola, lo cual a ella le hacía llorar más y más… como consecuencia ambas entraban en una especie de bucle infinito difícil de cortar.

Lo primero, para mí, fue reflexionar sobre lo que estaba pasando y darme cuenta de que ambos comportamientos, el de la pequeña con sus exigencias y el de la mayor por su falta de control emocional, son completamente normales.

Esto lo conseguí poniendo un poco de atención plena a la situación y a lo que ellas son y necesitan. Aquí es interesante experimentar cómo el entrenamiento de ciertas actitudes mindfulness como la aceptación y el respeto tiene su efecto y su repercusión en nuestra vida cotidiana. A mí, por lo menos, me permite ver las cosas con otra “conciencia”.

Es normal que una niña de 5 años oriente sus comportamientos hacia la satisfacción de sus propios deseos y su disfrute sin pensar en las consecuencias que esto puede tener para los que le rodean. Pretender que sea de otra manera genera mucho sufrimiento. Es posible que un niño de esta edad, en determinados ambientes, cuando un adulto le guía, se lo explica y se lo argumenta (a su nivel de argumentación) llegue a “tolerar” por ejemplo el juego por turnos, pero eso no significa que le parezca bien. En el momento que desaparece ese adulto que guía y gestiona, lo más normal es que el niño se deje seducir por sus propios deseos. Eso es lo que le pasaba a mi hija.

También es normal que una niña de 9 años sea incapaz de controlar su respuesta a una situación que le genera enfado y frustración. Pretender que sea de otra manera también genera mucho sufrimiento. Mi hija de 9 sí es capaz de gestionar sus emociones cuando tiene algún referente (un adulto) que le orienta en el momento en que está ocurriendo la situación y en que ella está sintiendo esa rabia. Pero si el adulto (o sea, yo) no está a su lado para recordarle que en esos casos es bueno parar, observar y decidir qué quiere hacer con eso que siente, difícilmente lo hará por ella misma. No con 9 años.

Por eso, desde la aceptación de lo que estaba ocurriendo entre mis hijas y la del escaso control que yo puedo ejercer sobre lo que ellas son, les propuse un reto con la intención de poner la atención en otro sitio:

Les hicimos sentirse parte de un equipo, con un objetivo común que cumplir y la certeza de que habría una recompensa si lo lograban

El reto consistía en que la una tenía que hacer de “vigilante” de la otra y así, entre las dos, iban a contribuir a mejorar la situación ayudándose mutuamente. Si conseguían mejorar la situación en una sola semana, tendrían el premio que ellas eligieran.

Les hicimos sentirse parte de un equipo, con un objetivo común que cumplir y la certeza de que habría una recompensa si lo lograban.

No voy a decir que mi truco funcionó a la perfección, porque mentiría. Pero de verdad que mejoró bastante. La clave fue el papel de mi hija mayor, que estaba tan motivada que se preocupó mucho de recordar a la pequeña lo que había en juego cada vez que esta hacía ademán de protestar porque no obtenía todo lo que quería (obviamente y como es natural, siguió haciéndolo y yo sabía que así sería). Pero la mayor, en vez de pasarse la mañana buscando maneras de fastidiar a la pequeña como castigo por sus lloriqueos, se centró en buscar soluciones creativas para que las dos estuvieran contentas.

Es raro que las situaciones difíciles se solucionen por una carambola

Todo eso contribuyó a motivar aún más a la pequeña, que en la posibilidad de obtener ese premio encontró una buena razón para “tolerar” el hecho de que no siempre es posible hacer lo que a uno le da la gana.

Insisto, en que esto no tiene nada que ver con la magia ni con la suerte. Es raro que las situaciones difíciles se solucionen por una carambola. Esto es más bien el resultado de poner un poco de atención e interés y de desconectar el piloto automático que nos lleva muchas veces a conformarnos con explicaciones como que “están aburridas y además hace mucho calor”.

Aldara Martitegui.

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