Cómo mindfulness cambió a una madre

Ya venía yo notando muchos cambios desde hace unos años… pero creía que era algo sólo perceptible para mí: no pensé que la sensación de liviandad que tengo con la crianza y  educación de mis hijas -desde que practico mindfulness- fuera también perceptible para ellas. Por supuesto que nunca se me ha ocurrido decirles que antes de conocer mindfulness, vivía la maternidad como una losa en mi espalda.

Hace unas semanas estaba con ellas en casa de unos amigos y alguien le dijo a la pequeña:

-“Si haces eso, mamá te va a regañar”

Enseguida me di cuenta de que esa palabra me chirriaba un poco: regañar. Aún seguía con ella resonando en mi cabeza, cuando mi hija pequeña contestó:

“Noooooo, es que mi mamá no regaña nunca…mi mamá enseña”.

Mi amiga interpretó esas palabras a su manera:

-“Ya me dirás cómo has conseguido eso”, me dijo entre risas…”convencer a tus hijas de que regañar es enseñar, eso se llama comunicación persuasiva, ja ja ja…cómo se nota que eres periodista”.

Por supuesto que elegí no seguir con esa conversación (esta es otra de las cosas que me ha enseñado mindfuness) y decidí permanecer obnubilada mirando a mi hija como si hubiera visto una aparición. No puedo describir lo que sentí en ese momento, pero fue mágico. Sentí por un momento que todos mis esfuerzos por vivir una maternidad consciente habían sido recompensados y que mi hija de menos de cinco años lo había resumido maravillosamente bien en esa frase.

Porque para mí, educar con atención plena supone un esfuerzo, no lo voy a negar. A lo mejor a otros padres les sale natural y esa suerte tienen. Pero para mí, educar a mis hijas conscientemente, es un trabajo diario de atención que  requiere estar tomando decisiones permanentemente, con el consumo de energía que ello requiere. Jon Kabat-Zinn (1997)  en su libro Padres conscientes, hijos felices, se refiere a la educación consciente de los hijos como un “retiro de mindfulness que dura 18 años”. Pues un poco así lo veo yo.

A primera vista puede parecer un poco desalentador, pero es un esfuerzo que merece mucho la pena. Si tuviera que decir una palabra que englobe los beneficios que la práctica diaria de la atención plena o  mindfulness ha traído a mi vida es  esta: libertad.

Libertad para elegir las historias que me cuento a mí misma sobre lo que veo, sobre lo que siento, sobre lo que pienso, sobre lo que dicen otros, sobre lo que hacen otros. Libertad para elegir en cada momento lo que quiero hacer con mis emociones, con mis pensamientos. Libertad para elegir en cada momento cómo quiero relacionarme con mis hijas. Libertad para decir NO a procesos automáticos e inercias cuando se trata de la educación de mis hijas.

Mindfulness no es magia, no te convierte en una persona a la que no le afectan las cosas, no. Practicar mindfuflness no te libra de sentir miedo, enfado, tristeza, asco y un sinfín de emociones incómodas.  Mindfulness, al permitirte darte cuenta de lo que estás sintiendo, aceptándolo tal y como está ocurriendo,  despliega ante ti un enorme menú de posibilidades y de opciones. Y ahí es donde cada uno elige hacer lo que considere adecuado en cada situación. Elegirlo libremente (valga la redundancia).

Practicar la atención plena no nos garantiza tomar las decisiones correctas y adecuadas. Sólo nos garantiza que nuestras decisiones serán, al menos, conscientes.

Con un ejemplo de la vida cotidiana se entiende bien lo que quiero decir: Imagina que estás en casa con tus dos hijos de 4 y 6 años, tratando de convencerlos para que dejen de jugar con el castillo de lego y meterlos en la ducha, pero no te hacen caso. El cansancio te puede. Has tenido un día duro de trabajo y además estás de mal humor y con múltiples preocupaciones por un tema personal. Los niños siguen erre que erre con el lego y ni te oyen. De pronto notas que empiezas a enfadarte. Sientes el calor que recorre tu cuerpo. Sientes cómo se llenan tus brazos de energía y tu cuello se tensa. Te paras un momento y piensas: esta situación me está sobrepasando mucho, estoy muy enfadada, tengo ganas de coger el lego de las narices y tirarlo por la ventana mientras doy cuatro voces a los niños.

Si, hago mindfulness y siento esto. Porque practicar la atención plena no me hace perder mi condición de ser humano, simplemente me permite darme cuenta de todo eso que estoy sintiendo. Y es ahí y sólo ahí, donde soy capaz de generar un espacio para decidir qué quiero hacer con ello.

Sin un entrenamiento de la atención plena, en un caso como ese, es muy probable que el castillo de lego termine roto en mil pedazos, tú pegando gritos y los niños llorando desconsolados bajo la ducha: una situación muy desagradable para todos a la que además habrás llegado de repente, sin darte cuenta. Tu enfado (que ya rozaba la ira) se apoderó de ti sin que tú pudieras intervenir para frenar ese ‘secuestro’ emocional.

Con un buen entrenamiento de la atención plena, el resultado habría sido muy diferente. Porque al darnos cuenta de lo que estamos sintiendo desde el minuto cero, generamos un espacio entre lo que está pasando  (los niños desobedeciendo y nosotros enfadándonos mucho) y nosotros mismo. De modo que tenemos ahí unos segundos para hacernos una pregunta:

¿Qué quiero hacer yo con esto?

Y lo que es más interesante aún, respondernos.

De modo que practicar mindfulness no nos garantiza que finalmente hagamos lo correcto;  solamente nos dota de la capacidad de hacernos esa pregunta poderosa ¿Qué quiero hacer yo con esto? No sé tú, pero yo me apunto a seguir practicando.

 

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

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