Culpa buena, culpa mala

“Me siento muy culpable por algo que hice a una persona muy cercana. Le he pedido perdón. Parece que ha aceptado mis disculpas, pero yo sigo sintiéndome fatal. No se cómo hacer para que esta sensación deje de perseguirme”.

Frases como esa son, por desgracia, demasiado comunes. Os presento a la culpa: esa emoción con tan mala fama que muchas veces se cronifica y se convierte en una compañera de viaje aparentemente imperceptible pero que puede ser la causa de mucho sufrimiento y malestar.

Imagina a un padre o una madre con un trabajo tan exigente que le impide pasar las horas que le gustaría con sus hijos y eso le martiriza. Fácil. Yo conozco muchos. Y lo peor es que puede que ese malestar se traduzca en frustraciones que salpican la relación con los propios hijos.

A nadie le gusta sentirse culpable. Es desagradable, incómodo, molesto. A veces hasta duele físicamente y nos es imposible desconectar del sentimiento de culpa porque su eco en nuestro cuerpo es tan intenso que nos recuerda permanentemente aquello que hicimos mal. Incluso aunque hayamos pedido perdón, es posible que el sentimiento de culpa nos persiga durante mucho tiempo.

Pero, ¿Qué es realmente el sentimiento de culpa?

En contra de lo que la mayoría cree, el sentimiento de culpa es un mecanismo adaptativo que tenemos todos los seres humanos para regular nuestros comportamientos. Tiene mucho que ver con nuestro “manual interno de conductas”. Un libro que casi todos empezamos a escribir de manera inconsciente cuando somos niños. En él vamos anotando lo que “sí debemos hacer” y lo que “no debemos hacer”. Nuestro código personal  convierte en nuestro guardián interno que nos avisa cuando nuestras conductas no se ajustan a ese manual.

La culpa más conocida es la disfuncional: esa que nos descalifica cada vez que incumplimos nuestro reglamento interno. Nos machaca sin ofrecernos vías para reparar el daño causado. Nos habla con frases despectivas y de reproche. Esto ocurre por nuestra creencia de que cualquier emoción que provoca una sensación incómoda en nuestro cuerpo, tiene que ser mala.

Pero la realidad es que esa sensación incómoda en nuestro cuerpo (que nos puede producir incluso dolor físico intenso) no es más que una señal que nos manda nuestro Pepito Grillo guardián de nuestro código interno para llamar nuestra atención. Lo que ocurre, es que confundimos el canal (nuestro cuerpo) con el mensaje ( ¡oye eso que has hecho, va contra tu código interno, quizás deberías hacer algo al respecto!) 

Esa última frase resume lo que sería la otra culpa, la funcional, la adaptativa, la que repara, la que enseña, la que nos ayuda y nos guía y nos propone formas para reparar nuestras faltas. Por ejemplo, es posible que la culpa buena nos proponga pedir perdón a la persona agraviada, o tomar medidas para que no vuelva a ocurrir. Esa es la verdadera función de la culpa. Es una emoción necesaria para todos los seres humanos. Sin la culpa, muchas veces iríamos por la vida sin brújula.

Por tanto sería interesante hacer el cambio del ‘culpador’ que machaca al ‘culpador’ que nos ayuda a reparar nuestros errores. Pero esto requiere un proceso de aprendizaje que empieza con un diálogo interno.

¿Qué tiene que cambiar para que ese padre o esa madre dejen de vivir torturados por tener que trabajar tanto y dedicar  a sus hijos menos tiempo del que creen que deberían?

Igual podríamos buscar otra manera de prestar atención a nuestros hijos que no requiera tanto tiempo material. La pregunta es ¿qué opciones tengo? o ¿qué podemos hacer?  

Es posible que tras ese diálogo interior lleguemos a la conclusión de que estaría bien revisar nuestro código interno. Muchas veces, nos regimos por normas que tuvieron sentido en un momento de nuestra vida pero que ya no lo tienen.

El verdadero ‘click’ viene cuando aprendemos que esa sensación incómoda está ahí para avisarnos de que es hora de hacer algunos cambios…Y que hasta que no los hagamos, esa sensación permanecerá.

Aldara Martitegui

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