La mala fama del sentimiento de culpa
¿Te has sentido culpable alguna vez? ¿En qué situaciones? ¿Ante qué personas? Llevo tiempo queriendo escribir sobre esto pero no encontraba ningún ejemplo que me ayudara a ilustrarlo. Ayer por fin me asaltó de la manera más tonta.
En el colegio, varias madres y yo, buscábamos en la pila de prendas de uniforme perdidas. Las dejan en el lugar conocido como “objetos perdidos” para que madres, padre y alumnos miremos a ver si hay suerte y encontramos lo que nuestros hijos han perdido en el patio, en el vestuario…o vete tú a saber.
Yo no suelo ir, en eso tengo suerte. Pero me sorprendió que muchas de estas prendas, la mayoría, no están ni siquiera marcadas con el nombre. Así que si a tu hijo se le ha perdido por ejemplo un polo y encuentras otro polo sin marcar de la misma talla que el de tu hijo, lo podrías coger sin molestar demasiado a nadie. Porque se presupone que si no marcas los uniformes de tus hijos, asumes que si pierden algo jamás va a aparecer.
Ese es el tema que nos planteamos estas otras madre y yo mientras buscábamos las prendas de nuestros hijos. Una de ellas se quejaba de lo desastre que son sus niños y de tener que ir allí a buscar casi a diario. Lo habitual es no encontrar nunca nada.
– Ves, otra chaqueta como la que yo busco, pero sin marcar, dijo una de ellas. Mira que me salen caros los uniformes, lo mío nunca aparece…
– Chica, pues cógela, ¡qué quieres que te diga! dijo otra. Si no le pones el nombre te arriesgas a que pase esto.
-Ya, si no te creas que no lo he pensado alguna vez, pero al final me siento culpable y no me la llevo, dijo la primera.
¡Ahí estaba la culpa delante de mí! ¡Qué interesante! Ante un mismo hecho una se sentía culpable y otra no.
Esto pasa porque el sentimiento de culpa tiene mucho que ver con lo que yo llamo “el manual interno de conductas”. Es un libro que empezamos a escribir de manera inconsciente cuando somos pequeño, cuando empieza nuestro aprendizaje. En él vamos anotando lo que “sí debemos hacer” y lo que “no debemos hacer”.
Ese manual se convierte con el tiempo en nuestro guardián interno. Es como un crítico interno, un Pepito Grillo, que nos avisa cuando nuestras conductas no se ajustan a ese manual. De modo que podemos hablar de un YO IDEAL, que sería el que quisiéramos que actuara según nuestro manual y un YO REAL que actúa como actuamos en la realidad. El sentimiento de culpa se genera por el distanciamiento entre ese YO IDEAL y el YO REAL.
La culpa puede aparecer en un momento determinado y puntual, como parece ser el caso de la madre de los uniformes. Pero hay personas que viven con este patrón permanentemente. Es cuando la culpa se convierte en un patrón de respuesta emocional.
Por ejemplo este patrón es habitual en muchas madres que trabajan y se sienten culpables por no pasar suficiente tiempo con sus hijos. Por ese motivo se enfadan, se frustran, se desmotivan o incluso sienten vergüenza, y como consecuencia dejan de disfrutar de sus hijos. Se desilusionan y en muchos casos la educación se convierte para ellas en una carga.
¿Para qué ese sentimiento de culpa? ¿A dónde me lleva? ¿A algo bueno? ¿Qué puedo hacer para no sentirme así? La culpa es en definitiva una emoción y como tal está ahí para informarte de algo. Escúchala y hazte esas preguntas cuando la sientas. No dejes que la culpa se convierta en tu patrón de respuesta porque terminará por hacer añicos tu autoestima.
Igual necesitas revisar ese “manual interno” y flexibilizar ciertas normas que te impusiste en un momento de tu vida pero que ahora ya no sirven.
Igual simplemente necesitas que ese crítico interno, ese Pepito Grillo te hable de otra manera menos exigente. Negocia con él dónde están los nuevos límites. Cuándo y dónde tiene que avisarte de que no estás cumpliendo las normas.
Otras veces te darás cuenta de que no hay negociación posible, de que lo mires por donde lo mires has cometido una falta y has hecho daño a alguien. En ese caso tendrás que pedir perdón a esa persona, si no, jamás lo resolverás.
En cualquier caso, el sentimiento de culpa te está diciendo que hagas algo. Para eso sirve la culpa, ¿ves? Es una emoción que nos permite adaptarnos al entorno. Siempre nos informa, siempre nos avisa de que hay algo que tenemos que hacer al respecto. Nos enseña. Si la sabemos gestionar al final nos ayuda a ser más felices. No la ocultes, no la tapes, no la esquives. Escúchala y verás que la culpa no es tan terrible como la pintan.
Aldara Martitegui
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