Entrenando la gratitud

 

Llevo unas cuantas semanas entrenando a tope la gratitud. Es más difícil de lo que pensaba, porque entrenar exige  constancia, y la verdad es que me cuesta día tras día dedicar unos minutos a recordar esas cosas buenas que han sucedido y por las que me siento muy agradecida. Pero estoy empeñada en crear un nuevo surco neuronal en mi cerebro. Quiero automatizar la gratitud, lo tengo claro. ¿Por qué? Porque creo que es un buenísimo facilitador emocional, una herramienta de muchísimo valor para gestionar mi vida y mis relaciones.

Cultivar la gratitud es como tener un comodín que te permite ver siempre el vaso medio lleno, las gafas de la gratitud hacen que pongas el foco en lo que tienes mucho más que en lo que no tienes o en lo que querrías tener.  En fin, que hay tratados enteros sobre los beneficios de cultivar la gratitud (desde los clásicos de la psicología positiva hasta el moderno mindfulness) pero ese no es mi objetivo ahora.

Lo que quiero compartir hoy aquí es mi experiencia, porque resulta que en esta búsqueda de los mejores “planes de entrenamiento” de la gratitud me han salido, sin comerlo ni beberlo, dos aliadas increíbles, de 7 y 3 años respectivamente.

Ellas siempre me piden que me quede un rato más cuando las acuesto.  –¿Te quedaaaaaas? me preguntan cada noche.

Yo me quedo o no, según me venga bien o mal. Pero haga lo que haga cuando por fin estoy saliendo por la puerta siempre suena otra preguntita – ¿En qué puedo pensaaaaaar?

Aquí reconozco que mi imaginación no da para mucho a esas horas y abuso demasiado del:  -Pues a ver…en las princesas de Disney, a ver si algún día vamos a verlas. Es muy recurrente pero muy efectivo también.

El caso es que hace un par de semanas se me ocurrió compartir con ellas mi “momento gratitud” para llenar ese espacio de compañía y atención que siempre me piden antes de dormirse. Así podría matar dos pájaros de un tiro, pensé. Pero lo que no esperaba era ese resultado tan espectacular.

La dinámica es la siguiente: En modo relajación empezamos las disertaciones en voz alta por turnos. La primera vez conviene que lo hagas tu primero para que ellos vean de qué va esto de dar gracias. Yo, por ejemplo, ayer mismo les conté que me sentía muy agradecida por una agradable conversación que había mantenido esa tarde en la piscina con una amiga. Todo se lo pinté muy bien (un poco exagerado quizás) para que se dieran cuenta de las cosas que yo estaba valorando (amistad, tranquilidad, compartir etc…) pero lo buenísimo del asunto es que según lo estaba contando, ese “hecho” se hacía cada vez más bonito a mis propios ojos. Es decir, sólo con poner la atención deliberadamente en ese “hecho” había conseguido conectarme profundamente con la gratitud.

Desde hace dos semanas entreno con mis hijas la gratitud cada noche. Me están ayudando mucho a crear esa rutina, ahora son ellas las que me lo piden, porque lo ven como un regalo de tiempo extra con mamá antes de dormir.

Los beneficios en mí los voy notando ya, pero ¿y en ellas?. Por lo pronto creo que tiene un gran valor que sean ellas las que cada día hagan el ejercicio de buscar sus propios “hechos” que agradecer. Yo recuerdo de pequeña a mis padres diciéndome a menudo: -Hija tienes que estar muy agradecida por tal o cual cosa.  Y yo me quedaba con la sensación de que “la cosa” no iba conmigo, no entendía. Con 8 o 10 años no veía yo por qué tenía que estar agradecida por ir a un colegio bueno, o tener una bici…todo eso me parecía lo normal. No me conecté nada con la gratitud en mi infancia porque no me enseñaron a identificarla por mí misma. Por eso es tan importante que cada uno encuentre sus propios “hechos” que agradecer. Para sentir gratitud de verdad.

Los niños pueden aprender desde muy pequeños si les enseñamos a que lo hagan solos, sin nuestro filtro, sin juzgarles, sin exigirles con un “tienes que” porque ellos ven el mundo desde otro lugar. Ya agradecerán las cosas de adultos cuando sean adultos, lo importante ahora es simplemente crearles la rutina de entrenar la gratitud a diario. A mí me está funcionando y os lo recomiendo. Antes de dormir siempre toca la ronda de la gratitud. ¿Por qué te sientes agradecido hoy?  Me he propuesto hacerlo todos los días hasta automatizarlo y convertirlo en nuestro “Jesusito de mi vida”.

 

Aldara Martitegui

Add A Comment