El enfado y los límites

Me he propuesto a partir de esta semana dedicar un post a cada una de las mal llamadas emociones “malas”. Es una pena, pero en pleno siglo XXI, los hijos de la trasformación digital  seguimos siendo emocionalmente analfabetos. Y digo que es una pena, porque esta ignorancia nos hace sufrir muchísimo. Por ejemplo;

Hoy mismo he tenido una conversación con una compañera de trabajo. Me ha descrito una situación bastante frustrante. El típico asunto burocrático desquiciante que te hace perder muchísimo tiempo y que parece que nunca terminas de resolver del todo.

-Me he enfadado mucho, me ha dicho…y me gustaría que no fuera así. Me gustaría que estas cosas no me afectaran y que no me hicieran sentir como atacada.

El enfado es una de esas emociones “malas” de las que me gustaría hablar hoy. Es además una de las emociones descritas por el psicólogo estadounidense Paul Ekman como básicas. Para conseguir esa clasificación, Ekman recorrió el mundo y pudo constatar que en todas las culturas se daban las mismas expresiones faciales para mostrar determinadas emociones. Esas emociones son seis y por eso las llamó emociones básicas. El enfado es una de ellas.

Muchísimos estudios posteriores sobre inteligencia emocional también colocaron estas seis emociones en la base de las demás. De manera que hay incluso quienes defienden que emociones como tal sólo podemos llamar a las seis que describió Ekman (alegría, enfado, sorpresa, asco, miedo y tristeza) y que las demás se construyen sobre estas seis,  añadiéndoles pensamientos, aumentando la dosis o sosteniéndolas durante largos periodos de tiempo. Así, la ira sería un sentimiento que se construye multiplicando la dosis de enfado (emoción básica), o la depresión sería otro sentimiento que se produce cuando la tristeza (emoción básica) se prolonga en el tiempo.

Pero hoy sólo quería centrarme en el enfado, que como todas las emociones, me habla siempre de algo, me informa de algo que me está pasando. El enfado tiene mucho que ver con mis líneas rojas, con mis límites. Cuando alguien se enfada es porque siente que sus límites han sido traspasados.

Entonces… ¿qué tiene de malo el enfado?  Absolutamente nada. De hecho es, como todas las emociones, adaptativa, porque me permite relacionarme con mi entorno, establecer los límites y mostrar a los demás dónde están mis líneas rojas. Sin la posibilidad de enfadarse, el ser humano no habría evolucionado, porque nunca se habría rebelado contra las injusticias. Las revoluciones no han sido más que el resultado de un enfado colectivo.

El enfado tiene un reflejo en el cuerpo muy característico: nos llena de energía. De hecho, cuando nos enfadamos, solemos sentir ganas de gritar o de dar un puñetazo o de salir corriendo. El enfado prepara tu cuerpo para actuar, porque te está diciendo: ¿algo tendrás que hacer con esto no? Esa energía que sientes en tu cuerpo cuando tus pulsaciones aumentan, tu respiración se acelera y el calor sube por el cuello desde el estómago, está ahí para algo. Tener competencias emocionales significa saber identificar esas sensaciones en nuestro cuerpo y aprender a canalizar esa energía hacia cosas que me ayuden.

Algunos niños pegan o gritan cuando se enfadan porque no saben gestionar esa energía. Por eso hay que enseñarles a hacerlo y no regañarles por sentirla. Son pequeños, están aprendiendo. Nuestros esfuerzos deben estar en ayudarles a subir ese umbral del enfado o a renegociar sus límites y sus líneas rojas, más que en cortar la expresión de ese enfado.

Enfadarse no es en sí mismo malo. Malo es tener ese umbral muy bajito y enfadarnos por cualquier cosa sin importancia. Eso nos indica que tenemos que reajustar nuestros límites. Malo es enfadarnos por algo realmente importante y convertir esa energía en agresividad. Eso nos indica que tenemos que aprender a gestionarla. Malo es enfadarnos por algo realmente importante y quedarnos en el enfado demasiado tiempo. Eso nos indica que tenemos que aprender a preguntarnos para qué está ese enfado ahí y dejarlo marchar cuando haya cumplido su función.

Eso es maestría emocional, ya lo dijo Aristóteles: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”

Pero se puede conseguir.

Lo primero es que no te genere ansiedad el hecho de enfadarte siempre y cuando sea por algo razonable. Sólo has de aprender a gestionar la energía y darle a tu enfado un espacio pequeño. Que no te arruine el resto del día. La cultura del bienestar y la felicidad mal entendida nos ha hecho mucho daño en este sentido. Porque parece que no nos podemos enfadar por nada.

Un buen ejemplo de ello es el de mi compañera de trabajo que os contaba al principio. Ella, víctima de esa creencia, se sentía culpable por haberse enfadado y no cumplir los estándares de la felicidad.

El enfado sigue estando muy mal visto porque digamos que confundimos el síntoma con la enfermedad. Reprobables son las conductas agresivas e irrespetuosas a las que nos lleva el enfado, pero no el enfado en sí mismo.

Sentir que alguien o algo sobrepasa nuestros límites no es malo. Al contrario, es una herramienta poderosa que me permite defender mis derechos y reafirmarme frente a los demás. Ahora toca despojar a esta emoción de su mala fama y aprender a usarla porque, por desgracia, a la mayoría de nosotros, nadie nos enseñó.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

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