El poder transformador de la resiliencia

-Hay que ser más resiliente, -oí decir el otro día a un compañero de trabajo, -Si, si, que está muy de moda…

En el fondo no le faltaba razón. Pero sólo en parte. Porque en realidad lo que está de moda es el uso del término, no la resiliencia en sí misma. La resiliencia es una capacidad del ser humano, es patrimonio de la humanidad y como tal ha existido siempre.

De todos modos se siguen cometiendo algunos errores de concepto. Hace poco en una clase con universitarios me sorprendí mucho porque tenían una idea un tanto equivocada de la resiliencia.La mayoría había oído hablar de ella, pero casi todos la relacionaban más con la resignación.

La resignación tiene que ver con la conformidad, la tolerancia y la paciencia ante las adversidades.

La resiliencia es mucho más que eso porque además de aceptar las adversidades ,implica salir fortalecido de ellas, utilizarlas para crecer y desarrollar nuestro máximo potencial.

Estoy de acuerdo en que visto así suena un poco a cosa de súper héroes. Y es cierto que los que nos dedicamos al desarrollo personal  y la motivación, a veces abusamos de ejemplos un tanto alejados de nuestra vida cotidiana. Desde Gandhi a Nelson Mandela pasando por Stephen Hawking, Viktor Frankl, Irene Villa  o Malala  Yousafzai…reconozco que he usado en múltiples ocasiones estos casos porque son personajes muy conocidos y fáciles de identificar.

Pero precisamente por eso, pienso que usar este tipo de ejemplos tan reseñables y conocidos, puede tener muchas veces el efecto contrario al que busco; más que conectarnos con el concepto de resiliencia para comprenderla mejor, nos desconecta de ella, nos hace verla como algo que no nos pertenece, que es cosa de otros, que es una heroicidad que no va con nosotros.

Por eso quería compartir en este blog un caso de resiliencia real como la vida misma, para que quede constancia de que esto no es cosa de súper héroes.

El pasado 10 de noviembre se celebró el Día Internacional del Síndrome de Ondine. Se trata de una enfermedad rara e incurable que afecta de manera grave al control nervioso autónomo de la respiración. A los niños que la padecen se les practica una traqueotomía al nacer y viven conectados a un respirador porque si se duermen… dejan de respirar. Terrible ¿verdad? ¿Os imagináis el día a día de estas familias? Ya no sólo porque tienen que salir a la calle con un aparato que pesa 30 kilos…sobre todo por la preocupación constante ¿y si el bebé se queda dormido en el coche?

Que yo conozca esta enfermedad se lo debo a María. Fuimos juntas al colegio y ella es ese ejemplo de resiliencia del que os quería hablar hoy.

Porque María, efectivamente ha aceptado con paciencia, conformidad y tolerancia la enfermedad de su hijo, lo cual es muy normal en una madre…es lo que toca, qué remedio ¿no? Cualquier madre lo haría…

Bueno, pues hay algunas madres y/o padres, que en casos como este, se quedan ahí, en la resignación y en el “tirar pá alante porque no queda más remedio” (y no digo yo que eso esté mal).

Pero hay otras madres y/o padres que dan un paso más.

Y este es el caso de María. Ella ha ido un poco más allá y ha dado ese salto necesario para convertir la resignación en resiliencia. Porque no sólo se ha sobrepuesto a la adversidad, sino que ha salido fortalecida gracias a ella, ha crecido, ha desarrollado su máximo potencial y su creatividad. Eso explica  que el pasado fin de semana, con motivo del día internacional del Síndrome de Ondine, esta madre, ejemplo de resiliencia pura y dura (no de súper héroes no, hablo de la resiliencia “de andar por casa”) consiguiera reventar las redes sociales con la foto de su hijo Nacho.

Y ahora, este niño…este “pobrecito niño” –pensarán algunos- que vive conectado a un respirador para poder seguir vivo, se ha convertido en la punta de lanza de las familias que luchan para dar a conocer el Síndrome de Ondine y conseguir fondos para que se investigue.

Este es el poder transformador de la resiliencia.

Así que de “pobrecito niño” nada. Todo lo contrario. Menuda suerte la de Nacho de tener la madre que tiene. Una madre que eligió dar ese pasito más para pasar de la resignación a la resiliencia y no lo hizo como un acto de heroicidad, sino como un acto de libertad.

Porque en esto consiste realmente la libertad del ser humano: en la posibilidad de elegir la actitud que queremos tener ante las cosas que nos ocurren.

Ser resiliente es una elección personal. No nacemos resilientes o no resilientes. Lo vamos aprendiendo a lo largo de nuestra vida…aunque es verdad que los que tenemos la suerte de vivir de cerca casos inspiradores como el de María, lo tenemos mucho más fácil.

Gracias.

 

Aldara Martitegui

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