Mi pequeña gruñona feliz

Mi hija es una gruñona. Si, lo reconozco. Es duro escucharla quejarse una y otra vez durante todo el día por cosas realmente banales y sobre todo cuando aparentemente no hay motivo para enfadarse. He sufrido mucho por esto, de pura frustración por no saber qué hacer para sacarla de ese bucle de la queja. Llevo 9 años tratando de buscar una manera de gestionar todo esto  y creo que ya tengo algo parecido a una solución. Quiero compartir aquí mi experiencia y mi punto de vista porque soy consciente de que esto que me ocurre a mí con mi hija es algo bastante común. No sé en qué grado exactamente les ocurre a otros niños,  pero creo que mi manera de gestionarlo puede ser útil para cualquiera que tenga en casa un pequeño gruñón como yo.

Antes de nada he de decir que yo también fui una niña gruñona. Recuerdo a mis padres regañándome constantemente por ello. Pero yo no le veía. Me recuerdo  a mí misma como si fuera ayer,  preguntándome por qué me decían eso. Me sentía muy perdida. Me pedían que corrigiera un comportamiento del que yo ni siquiera era consciente. Para mí era muy desalentador y frustrante. Por mucho que mis padres me lo repitieron a diario durante años, yo no fui consciente de que era una gruñona hasta que me lo dijo alguien a quien yo admiraba y que no pertenecía a mi ámbito familiar.

-Aldara, estás todo el tiempo quejándote de todo…

Fue como si me cayera una bomba encima. Pero una bomba que me hizo abrirme a la posibilidad de que a lo mejor mis padres tenían razón. Y fue entonces cuando me propuse observarme a mí misma durante un tiempo y  comprobé que efectivamente la tenían: me quedó clarísimo que era una gruñona. Pero tuve que verlo por mí misma primero para aceptarlo después,  y así, más tarde, poder decidir voluntariamente que quería dejar de serlo. Debía tener unos 13 años.

Ahora pienso  que esa vivencia mía fue un regalo. Porque gracias a ella, hoy  me puedo poner en el lugar de mi pequeña gruñona y verla desde la compasión y la aceptación, no desde la frustración y la resistencia.

He asumido que no sirve de mucho lo que yo diga o haga para tratar de corregir esa actitud, porque hasta que no se dé cuenta por sí misma de que es una gruñona y decida cambiar  voluntariamente, va a seguir ciega…igual de ciega que estaba yo. Así que lo único que puedo hacer por ella a día de hoy es tratar de que, al menos, sea una gruñona feliz. Y eso es lo que me he propuesto.

¿Qué  cómo es esto? Pues la verdad es que es bastante más fácil de lo que parece.

El primer paso es, en realidad,  ese que decía un poco más arriba: no vivir este hecho como un drama y confiar en que igual que me pasó a mí, tarde o temprano ella también se va a dar cuenta y que sólo entonces podrá intervenir para corregirlo.  Si los padres vivimos esta situación  como un drama, ellos también lo vivirán como un drama…y visto lo visto, siendo realistas, con todas las cosas que ocurren en el mundo…que nuestros hijos sean gruñones, es incómodo sí, pero  no es lo peor que nos puede pasar.

El segundo paso es extirpar de nuestro lenguaje todo lo que tenga que ver con reprocharles que se quejen por todo, es decir, regañarles por protestar. Un día le pregunté a mi hija si sabía de donde salían esas ganas de quejarse por todo y me dijo que no, que ella no se daba cuenta hasta que ya se había quejado y que como no sabía de donde salía no podía impedir que saliera.

-Es como si creciera una flor de repente dentro de mí, pero yo ya me doy cuenta cuando la flor ha salido, –me dijo.

Pensé que era un muy buen ejemplo para  tratarse de una niña de 9 años y me hizo replantearme muchas cosas.

Porque desde la mentalidad de un niño, debe ser muy duro que tus padres te estén regañando permanente por un mal comportamiento,  pero no te enseñen cómo cambiarlo. Recordé que eso era exactamente lo que me pasaba a mí de pequeña.

Y así, me propuse centrarme únicamente en lo que puedo enseñar a mi hija y no en lo que puedo reprocharle. Y lo hago de dos maneras:

La primera quitándole dramatismo al asunto y explicándole  que, como me pasó a mí,  cuando sea un poco mayor seguro que se dará cuenta y lo podrá corregir.

Y la segunda es explicándole que a pesar de eso, mi obligación como madre es ayudarla, enseñándole a darse cuenta de que está siendo muy gruñona. El matiz es que en vez de enfadarme con ella o reprochárselo, simplemente se lo señalo, sin juzgar.

He cambiado los comentarios anteriores, que eran tipo –“Ay qué plasta eres ¿no? Es que no paras de quejarte por todo, es que es horrible,  contigo no hay quien acierte”, etc… que no hacían más que generar más enfado y mal rollo entre nosotras,  por estos otros: “estas protestando mucho hoy”, “has vuelto a protestar por lo mismo de hace cinco minutos”, etc…en fin, frases de este tipo, meramente informativas y siempre con un todo de voz neutro. Porque hay que tener muy presente que simplemente estamos señalando algo, informando, pero nunca regañando por una actitud que difícilmente pueden controlar.

A base de informar y señalar, de rebajar la carga emocional quitando dramatismo a la situación, van pasando los días. Y en esas estamos…sin perder la esperanza de que en cualquier momento, por fin lo vea por ella misma. Mientras tanto seguimos intentando que (ya que tenemos una gruñona en casa) al menos sea una pequeña gruñona feliz.

 

 

 

 

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