Aquí me quedo

Me propuse hacer un experimento estas Navidades: pasar los días más señalados sin estar todo el tiempo pendiente del móvil. Como esa intención, formulada de esa manera tan inespecífica era susceptible de quedarse en eso, en una intención, la reformulé para que tuviera traducción en la realidad.

Decidí que lo más adecuado era sencillamente quitar las notificaciones del Whatsapp y de las redes sociales,  poner el móvil en modo avión y  mantenerlo alejado de mi vista para no caer en la tentación de mirarlo sin necesidad, sólo por ocupar mi tiempo con algo, como tantas las veces lo miro al cabo del día…

Si, yo también me reconforto a mí misma con excusas absurdas del tipo,   -“No, es que tengo que mirar el correo del trabajo por si me han mandado un mail súper importante”…

Cualquier justificación me vale con tal de nunca jamás reconocer que estoy enganchada al móvil.

Imaginaos la cantidad de veces al día que miro el móvil con la excusa de saber la hora,  -“Claro, como yo no uso reloj”… toma justificación al canto.

Así que decidí guardar mi móvil en la caja de los móviles que tenemos en casa para ese efecto. Pero antes de todo eso, hice lo que solía hacer cuando no tenía móvil allende los tiempos: llamar por teléfono a algunos familiares  y amigos especiales con los que habitualmente no tengo trato, pero a los que quería felicitar las fiestas personalmente y aprovechar para charlar un poco sobre cómo había ido el año y sobre nuestros proyectos para el próximo. En fin, esa buena costumbre que últimamente (es decir, en los últimos 20 años) había sustituido primero por un SMS, luego por un whatsapp y recientemente por algún giff impersonal.

Después de esas conversaciones, tuve mi primera buena sensación de la noche -“Esto va muy bien”, me dije a mí misma para darme ánimos… -“sólo por esto ha valido la pena el jueguecito de dejar aparcado el móvil”.

Cuando terminé con las llamadas y me aseguré de que todo estaba en orden a mi alrededor, guardé el móvil en la caja y me dispuse a vivir unas Navidades diferentes, conectada de verdad a mi familia, a las personas con las que estaba compartiendo ese rato…ese momento presente donde de verdad transcurre la vida.

Reconozco que en ese punto simplemente estaba abierta a la posibilidad de disfrutar las fiestas de una  manera más consciente (que ya es un paso).  Pero no tenía demasiadas expectativas.

He de decir que en ningún momento tuve la tentación de mirar el móvil. En ese sentido me sentí como liberada de una carga absurda.  Y disfruté, sí. Disfruté muchísimo con las conversaciones con  tíos y primos a los que apenas veo un par de veces al año. Jugando y cantando villancicos con mis hijas y mis sobrinos. Con la comida…con el mazapán y los polvorones sin gluten…en fin, todo el tiempo con esa dulce sensación de no querer cambiar ese momento por nada del mundo, de no imaginar un sitio mejor en el que estar, de sentirme verdaderamente presente.

Fue una experiencia increíble, e increíblemente reveladora. Quizás el hecho de estar tan conectada con el resto de las personas con las que compartí esos momentos me hizo estar mucho más atenta también a lo que ellos hacían. Y sólo desde esa claridad mental que tuvo como efecto mi “desenganche” del móvil, pude darme cuenta de que realmente tenemos un serio problema con este aparatito.

Desde mi posición de observadora pude ver que ese gesto de desbloquear la pantalla y comprobar si hay o no nuevas notificaciones se repite demasiadas veces. Muchas (la mayoría) lo hacemos además de manera automática, sin una intención. Miramos por mirar. Nuestras manos detectan el estímulo (el estímulo es simplemente sentir el roce del móvil en nuestro bolsillo)  y responden con esa secuencia de acciones: saco el móvil del bolsillo, pulso el botón de desbloqueo, tecleo la clave, paso una, dos o tres veces pantallas, vuelvo a bloquearlo y vuelvo a guardarlo en el bolsillo. Condicionamiento instrumental puro y duro.

En otros casos, ese gesto de mirar el móvil, sí nos lleva a otra cosa, por ejemplo abrir el último video que ha mandado alguien a cualquier chat y que nos sentimos obligados a ver hasta el final sólo porque ese alguien (a quien puede que ni siquiera conozcas) lo ha enviado.

En fin, que el móvil es una fuente infinita de estímulos: efectivamente es un gran avance porque nos permite estar más conectados con el resto del mundo… pero también nos desconecta de la realidad. Porque la realidad, nos guste o no, es esto que está pasando aquí y ahora. En nosotros está elegir dónde queremos estar en cada momento. En esto consiste nuestra libertad. Yo, después de estas Navidades, lo tengo aún más claro. Aquí me quedo.

 

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

 

 

 

 

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