Negociar y conectar

Negociar con nuestros hijos no es tratar de convencerles para que hagan lo que nosotros queramos. Eso es más bien persuasión.

Aún recuerdo las caras de varias decenas de padres cuando pronuncié esa frase en uno de mis talleres sobre resolución de conflictos.

Enseguida comprendí que eso era lo que esperaban de mí; que les diera algunos trucos o pautas para convencer a sus hijos de que hicieran o dejaran de hacer ciertas cosas a la vez que se evitaban discusiones, gritos, castigos, amenazas…pero eso tiene que ver más con la magia que con la educación. Por ahí no va la cosa.

Negociar exige flexibilidad. Pero sobre todo, requiere un cierto nivel de conciencia: el que nos permite comprender que cuando negociamos, entramos en un camino que inevitablemente nos va a llevar a un lugar diferente al que nosotros inicialmente queríamos llegar. Si no estamos dispuestos a cambiar de destino, no deberíamos empezar a caminar por esa senda. Si no estamos dispuestos a rebajar nuestras exigencias, a cambiar nuestro punto de vista, no deberíamos empezar a negociar.

-Pero entonces… ¿dónde está la autoridad de los padres? dijo uno de ellos. Si tenemos que negociar todo con nuestros hijos… ¿significa eso que no les podemos poner límites?

Ahí está precisamente la clave.

En saber distinguir los asuntos que son negociables de los que no lo son.

Los límites no son negociable. Las normas sí lo son.

¿Cómo los diferenciamos?

Es muy sencillo. En términos generales funciona bien la siguiente pauta: límites son todas aquellas líneas rojas que se refieren a la seguridad e integridad de nuestros hijos. Las normas hacen referencias a nuestra convivencia, a las reglas que la regulan y favorecen la armonía familiar.

En el fondo, todo es cuestión de sentido común.

Un ejemplo que suelo usar mucho porque creo que es muy gráfico es el del cinturón de seguridad. Si nos montamos en el coche y nuestro hijo pequeño se pone hecho un basilisco porque no se quiere poner el cinturón de seguridad ¿de qué estamos hablando? Obviamente no tiene nada que ver con reglas que regulan nuestra convivencia pero sí con determinadas líneas rojas. Nuestro empeño para que nuestro hijo se ponga el cinturón tiene que ver con su seguridad. No hay negociación posible. En ese caso, nuestra habilidad para gestionar emocionalmente la situación dará un resultado u otro. Pero negociación ahí no hay. Aquí podríamos hablar de habilidades de comunicación, pero no de resolución de conflictos porque no hay tal conflicto.

Por eso es tan importante tener claro de qué estamos hablando cuando comenzamos una discusión con nuestros hijos.

Cuando el asunto se refiere a límites, a líneas rojas, aprendamos una manera de expresar nuestro punto de vista con firmeza, con respeto y con el cariño que se merecen nuestros hijos. Esto es asertividad.

Cuando el asunto se refiere a normas, a reglas que facilitan nuestra convivencia y armonía familiar, entonces es cuando sí podemos hablar de negociación.

La hora de irse a la cama, el reparto de tareas de la casa, el tiempo que se ve la televisión, los días de la semana que se toman natillas de postre…en fin que hay miles de casos y miles de situaciones que sí son susceptibles de negociación.

Esa es la negociación de la que hablaba al principio: la que exige flexibilidad y predisposición a escuchar el punto de vista de nuestros hijos y a bajar nuestras propias exigencias.

Por eso, mi recomendación antes de empezar a aprender técnicas de negociación, es siempre la de aprender a distinguir entre lo que es negociable y lo que no. Antes de aprender técnicas de resolución de conflictos conviene aprender a distinguir dónde hay conflicto y dónde no lo hay. Antes de decir un “no, porque yo lo digo” a nuestros hijos deberíamos preguntarnos si eso es realmente importante y hasta dónde estamos dispuestos a flexibilizar. Se trata de apagar el piloto automático que habitualmente nos lleva a tratar de imponer nuestro criterio por el mero hecho de que somos los padres y ellos nuestros hijos.

Merece la pena buscar con atención esas ocasiones idóneas para negociar con nuestros hijos. Los padres que negocian no son padres flojos o sumisos, sino todo lo contrario. Son padres conscientes, padres que crecen a  la vez que lo hacen sus hijos, padres que aprenden, que fortalecen lazos, que favorecen la comunicación…en definitiva, padres que saben cómo conectar con sus hijos y, aunque no siempre lo consiguen, nunca dejan de intentarlo.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Add A Comment