Enseñarles a tomar sus propias decisiones

Se acerca el fin de curso y, por lo menos en mi casa  hay muchas decisiones que tomar sobre el curso que viene. La elección de las actividades extraescolares nos ha tenido bastante ocupados últimamente. No es ninguna tontería. A los gustos y preferencias de los niños hay que añadir el componente logístico. No siempre es posible apuntarse a todo lo que uno quiere porque generalmente hay que coordinar muchas cosas. Horarios, disponibilidad de plazas, precios…y en muchos casos (como el nuestro) el grado de aceptación de los padres con respecto a la actividad que nuestros niños quieren hacer.

Si nos encanta que toquen el piano, haremos lo que esté en nuestras manos para que puedan hacerlo, pero si no nos hace ni pizca de gracia que jueguen al rugbi…la cosa cambia. Además, alguien tiene que tomar las decisiones ¿no?

-“Todavía son muy pequeños para saber lo que quieren, se dejan llevar por sus impulsos y por las primeras impresiones….para eso estamos los padres. Vamos, que no le voy a apuntar a rugbi”.

Por supuesto que a los 9 años un niño no está preparado para tomar decisiones. Pero ni a los 9 ni, en la mayoría de los casos a los 19 años. Su cerebro no termina de desarrollarse por completo  hasta pasados los 20 años. Y es precisamente la zona de la corteza cerebral que se ocupa de la toma de decisiones (córtex prefrontal) una de las últimas en terminar su desarrollo.

Pero esto no significa que no debamos dejar a nuestros hijos tomar ninguna decisión hasta que sean mayores de edad. Al contrario: precisamente una educación excesivamente directiva contribuirá a que nuestros hijos se conviertan en adultos inseguros, indecisos y con autoestima baja. Y me atrevo a decir que casi en mayor medida que si los educamos en la absoluta permisividad.

Podíamos decir que en lo que a toma de decisiones de los niños se refiere, hay varios tipos de padres. Los muy directivos y los muy permisivos estarían en ambos extremos. Sin embrago, la mayoría de nosotros pertenecemos a otro tipo, el de padres directivos encubiertos. Es decir, los que utilizamos técnicas como la persuasión o la manipulación para dirigir a nuestros hijos hacia donde nosotros queremos, sin que parezca que somos excesivamente directivos.

Y esa no es la manera ideal para fomentar la autonomía de nuestros hijos y contribuir a que sean adultos más responsables, más confiados, más resilientes y con más tolerancia a la frustración.

Entonces ¿cómo podemos hacer para fomentar la toma de decisiones en nuestros hijos? Pues muy sencillo: animándoles a decidir a ellos mismos y experimentar las consecuencias de sus decisiones.  Por supuesto que deben ser decisiones acordes a su edad y a sus capacidades: cuantas más, mejor.

Cualquier oportunidad de tomar una decisión que surja, es buena para entrenar esta capacidad. Por ejemplo: mi hija tenía dos celebraciones de cumpleaños el mismo día y no se decidía. Yo tenía mis preferencias personales, pero opté por no decirle nada para no condicionarla. La pobre estaba muy agobiada. No paraba de decir los pros y los contras de ir a uno u a otro, y cada vez que daba un argumento, buscaba mi aprobación o desaprobación con la mirada.

Yo, cual una estatua de hielo, procuraba no mostrar ninguna emoción, simplemente asentía con un “ajá” y repetía con mis palabras lo que ella había dicho.

Me sentí fatal al verla tan perdida. Mi instinto de madre protectora me animaba a darle algo más de feedback para empujarla a tomar una decisión cuanto antes y acabar con el mal rato. Pero mi parte racional me decía que no. Que esa era una buena ocasión para entrenar.

En un momento dado ella se quedó callada. Con la mirada perdida, sin ningún tipo de expresión en la cara, como si estuviera muy concentrada. Entonces me dijo muy seria:

-Mamá, estaba mirando dentro de mí, a ver si me aclaro.

-No tienes por qué decidir nada hoy, hay tiempo de sobra, le dije yo.

-Creo que voy a pensarlo unos días.

Ahí quedó la cosa y esa noche, cuando la acosté me dijo que antes de dormirse iba a volver a mirar dentro de su corazón para ver si se aclaraba.

Ahora sé que el verdadero valor de dejar a nuestros hijos tomar sus propias decisiones es justamente ese. Porque generarles ese espacio de introspección, no tiene precio. Que un niño sea capaz de estar un ratito pensando en sí mismo, en quien es y cómo es, en qué cosas le gustan y en qué cosas no le gustan independientemente de la opinión de sus padres , no tiene precio.

El valor de animar a nuestros hijos a tomar decisiones, está mucho más en el proceso de la toma de decisiones (en generar esos momentos de introspección y autoconocimiento) que en el aprendizaje derivado de la decisión que finalmente tomen y de sus consecuencias.

Así que, una buena manera de colaborar con nuestros hijos en ese entrenamiento para la toma de decisiones, es sencillamente animarles a que en las cosas cotidianas, sencillas e irrelevantes (la ropa que se quieren poner, la película que quieren ver, el cumpleaños al que quieren ir etc..) sean ellos quienes decidan. Porque un exceso de directrices genera niños indecisos, dependientes, inseguros y con una autoestima baja.

 

Aldara Martitegui

 

 

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