Cuando nuestros hijos sacan lo peor de nosotros

-“Mi hija de 3 años saca lo peor de mí. Soy una persona muy tranquila, siempre he tenido mucha paciencia y autocontrol. Creo que nunca le había levantado la voz a nadie hasta que nació ella. Nunca me hubiera imaginado que iba a ser capaz de hacerlo con mi hija, y esto me hace sentir   fatal,  una mala madre… pero de verdad es que ella me desespera, me saca de quicio. Estoy muy perdida y no sé por dónde empezar para salir de este bloqueo. Porque sé que es algo que me pasa sólo con ella. Es terrible. Con mi hijo mayor no es así. Él es un niño muy fácil…”

A veces la vida me sorprende con “regalos” como este. Fue en Semana Santa: sin saber muy bien cómo, una conversación trivial de parque infantil con una mujer a la que no había visto en mi vida, desembocó en esa disertación propia de una madre desesperada.

¿Y qué hago yo en estos casos? Me da bastante pudor dar mi opinión o mi consejo  sin que me los pidan. Nunca lo hago salvo que esté en el contexto de un curso de formación para padres, o que me pregunte alguna amiga o conocida expresamente. No era el caso. A esta madre no la conocía de nada, ni ella a mí.

El caso es que, en circunstancias normales me habría limitado a escuchar y como mucho hacer alguna pregunta que le hiciera reflexionar. Pero la vi demasiado desesperada como para dejarla ahí tirada con su “bloqueo”. Así que, sutilmente, me puse a su disposición.

Y la conversación fluyó porque esa mujer estaba realmente dispuesta a escuchar cualquier sugerencia que le ayudara a salir de esa relación con su hija que le estaba envenenando y amargando la vida.

Me sorprendió su enorme generosidad. La mayoría de los padres quiere aprender estrategias y trucos para hacer cambiar a sus hijos. Pocas veces tienen el coraje de reconocer que quizás son ellos los que deberían cambiar sus comportamientos. La humildad con nuestros hijos es un acto de valentía, no de sumisión como muchos padres creen.

-Esa sensación de desesperación y frustración contigo misma y con la niña que me acabas de describir, ¿en qué momentos del día la tienes exactamente?

-Todo el día, desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta por la noche. Esa sensación se ha instalado en mi vida.

-Pero ¿esto ocurre  desde que se levanta hasta que se acuesta ella? ¿O desde que te levantas hasta que te acuestas tú?

-Pues ya no lo sé la verdad… porque es cierto que la niña tiene sus ratos buenos a lo largo del día. Pero el caso es que si un par de horas antes de ese rato bueno, ella me ha montado un numerito con el desayuno, por ejemplo, yo ya estoy como predispuesta, como de mal humor el resto del día.

Bastó una pequeña explicación sobre el poder de las expectativas para que esta madre desesperada empezara a ver un poco de luz. Nuestras expectativas son tan poderosas que actúan como filtro de la realidad que percibimos. Si nos creemos como si estuviera grabado a fuego que nuestra hija es una niña insoportable, intransigente, consentida y contestona…ya puede ser un angelito durante algunos ratos al día,  que nosotros sólo veremos aquellos comportamientos que encajan con nuestras expectativas sobre ella, es decir aquellos comportamientos que confirman mi manera de verla.  Eso hace que mi realidad  (en este caso mi realidad sobre  cómo es mi hija) se fortalezca cada día un poco más y por eso mi estado de frustración y desesperación es cada día mayor y más destructivo. Es como si se hubiera hecho una enorme bola de nieve. Sin darnos cuenta, estamos en un bucle.

Fue más fácil de lo que pensé, porque bastó con esta conversación sobre el poder de las expectativas para que ella se hiciera consciente de la existencia de este bucle. Ella me dijo que iba a intentar fijarse en las cosas buenas de su hija, a poner más atención en los momentos de niña-angelito (porque reconoció que sí los hay)  en vez de en los momentos niña-diablillo.

Se fue del parque esa mañana más contenta que unas castañuelas, con el firme propósito de empezar a mirar a su hija desde otro lugar, con más perspectiva y  con otros ojos:  con los ojos de la apertura a la posibilidad de que a lo mejor, su manera de ver a su hija hasta entonces (como una niña insoportable) no fuera la realidad, sino simplemente una interpretación sesgada de esta.

 

Aldara Martitegui

 

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