Aprendiendo a concentrarnos

-Estás leyendo un libro y… cuando llevas ya dos o tres páginas  tienes que volver atrás porque de pronto te das cuenta de que no te has enterado de nada. ¿Os ha pasado esto alguna vez?

Os podéis imaginar cual fue la respuesta en una clase de 25 niños de tercero de primaria.

La profesora me había advertido de que me iban a bombardear a preguntas de todo tipo, incluso de cosas que nada tienen que ver con el tema del que iba a hablarles. Pero en este caso, el bombardeo no fue tanto de preguntas como de experiencias.

Enseguida se dieron cuenta de por dónde iba la cosa y muchos de ellos se lanzaron a contar sus casos particulares, como este:

– “Yo, una vez estuve todo un fin de semana preocupado porque el lunes me iban a sacar una muela y pasé un fin de semana horroroso. No podía pensar en otra cosa y no pude disfrutar ni un segundo”.

-O sea, que sois totalmente conscientes de que esto os pasa a menudo, les dije.

Claro que lo son. Además, la mayoría de ellos piensa que tener esa capacidad (la de poder mandar a  nuestra mente a miles de kilómetros de nuestro cuerpo) es algo malo, o por lo menos que les perjudica.

-Pues no tiene nada de malo. Al contrario, les dije. Esa es precisamente una de las grandes  capacidades del ser humano que, además nos hace especiales y únicos porque nos diferencia del  resto de especies.

-Claro, dijo uno de ellos, gracias a eso el hombre ha inventado el teléfono móvil.

-O los aviones.

Efectivamente, esa capacidad de imaginar, de soñar, de crear, tiene mucho que ver con nuestro progreso y evolución como especie.

Entonces ¿por qué para algunos tiene esa mala fama? Pues porque es un arma de doble filo. Muchos de nuestros problemas (estrés, ansiedad, falta de concentración etc…) vienen precisamente cuando nuestra mente (yo se la señalaba con mi puño derecho cerrado y el brazo en alto) está todo el tiempo ahí arriba, desconectada del cuerpo.

Cuando pasa eso, dejamos a nuestro cuerpo como “vacío”, sin nadie que lo dirija, como con el piloto automático puesto todo el rato…porque el cuerpo sigue haciendo cosas, pero nuestra mente está en otro lugar y se pierde lo que está ocurriendo en este momento presente.

Creía que iba a ser más difícil, pero estos niños de 8 y 9 años entendieron perfectamente que vivir con la mente dispersa demasiado tiempo, a veces,  nos hace perdernos cosas muy importantes.

-Seguro que cuando no os sale un problema de mates, muchas veces vuestros profesores o vuestros padres os dicen: “es que lo que te pasa es que te distraes mucho…tú sabes hacerlo, pero te equivocas porque no prestas atención”.

-Siiiiiiiiii. Más que una respuesta aquello fue una ovación. Alguno hasta me aplaudió.

Lo que les pasa a estos niños, igual que a la mayoría, es que se sienten muy perdidos y desorientados porque, los adultos les exigimos permanentemente que estén atentos, pero no les explicamos cómo hacerlo; cómo decirle a nuestra mente soñadora que vuelva de donde quiera que esté y se conecte de nuevo con el cuerpo y con el momento presente.

Normalmente, ese es el motivo por el que a determinados niños les cuesta hacer un problema de mates. No es porque no lo sepan hacer, es porque a esa operación matemática hay que sumarle el esfuerzo de traer  su mente de algún lugar lejano (que suele ser muy seductor) a una clase de matemáticas, que por muy divertida que sea, no deja de ser una clase de matemáticas. Qué difícil parece… ¿no?

Sus caras eran una mezcla de resignación y complacencia al sentirse identificados.

-Pues conectar vuestra mente dispersa con vuestro cuerpo, es mucho más fácil de lo que creéis, les dije. Y todos vosotros sabéis hacerlo muy bien porque lo estáis haciendo todo el rato. ¿Sabéis qué es?

Por supuesto que ninguno de ellos podía imaginarse que, algo tan sencillo y tan natural  como respirar, era la clave para aprender a concentrarse.

Pero ahí que fuimos los 26.

Unos más escépticos que otros, sí, pero empezamos a practicar juntos las primeras respiraciones conscientes.

De verdad que casi todos ellos lo hicieron muy bien y sintieron esa conexión de su mente juguetona y soñadora con ese momento. El ejercicio duró sólo un par de minutos.

Ojos cerrados. Postura cómoda, no demasiado relajada. Cogimos aire profundamente y lo mantuvimos dos o tres segundos dentro. Después, lo soltamos lentamente en tres o cuatro segundos.

-Toda la atención puesta en el aire. Imaginaos el recorrido que hace al entrar por tu nariz, fíjate cómo hincha tus pulmones y cómo acaricia tu labio cuando lo expulsas, les decía yo.

Ahora ya saben cómo hacerlo. Cómo traer aquí su atención. Cómo conectar su mente con este momento. Casi todos ellos (obviamente hubo excepciones) se quedaron sorprendidos de lo fácil que es y entendieron que es una herramienta muy poderosa para aprender a concentrarse.

Así que, cuando tengas la tentación de decirle a tu hijo o alumno que se centre, te propongo que no te enfades con él (es lo normal, su mente de niño tiene esa tendencia natural) y te invito a que hagas este ejercicio con él, porque…de nada sirve que les exijamos que presten atención, si no somos capaces de explicarles cómo hacerlo.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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