Alternativas al castigo

No sé si a ti cuando eras pequeño te castigaban…si no lo hacían nunca, si lo hacían muy a menudo, o sólo esporádicamente. A mí me castigaban de vez en cuando, sí. No todos los días, pero era un recurso que se usaba en casa, conmigo y con mis hermanos. No era yo una niña rara…a la mayoría de los niños de mi entorno también los castigaban. No sé si mis padres se preguntaron alguna vez si era bueno o malo castigarnos. Probablemente lo harían por inercia, reproduciendo patrones que vieron en sus propios padres.

Recuerdo muy bien mis pensamientos justo después de ser castigada. No eran nada buenos. Lo que pasaba por mi cabeza cuando mis padres me obligaban a permanecer toda la tarde encerrada en mi cuarto no era nada bueno. Reconozco que a veces pensaba que ojalá me pasara algo muy terrible para que mis padres se arrepintieran toda la vida de haberme castigado.

Hace no mucho tiempo comenté este tema con unos amigos y todos coincidimos en que los castigos de nuestros padres sacaban lo peor de nosotros. Uno de estos amigos reconoció que llegaba a sentir odio hacia sus progenitores. Otra de mis amigas recordó que siempre se sentía muy culpable, que lloraba y lloraba porque sentía que era muy mala hija. Otro de ellos admitió que casi siempre sentía ganas de venganza hacia sus padres.

En fin, como veis, nada bueno…lo que yo decía.

El castigo sólo nos lleva a sentimientos de odio, resentimiento, ganas de venganza, de desafío y autocompasión. Y son palabras casi textuales de uno de los pioneros de la educación respetuosa, el psicoterapeuta y experto en crianza, Haim Ginott. Ya lo dijo en su libro “Entre padres e hijos” allá por el año 1965. Así que, esto de preguntarnos si son apropiados o no los castigos, no es para nada una idea innovadora.

Llevamos décadas preguntándonoslo y teorizando sobre las maldades de los castigos y, sin embargo, por algún motivo seguimos castigando a nuestros niños, muchos de nosotros a diario.

Está claro que tenemos la necesidad de manifestar nuestra reprobación por el mal comportamiento de nuestros hijos y, parece que pensamos que si no hay castigo no van a aprender o vamos a perder nuestra autoridad.

El doctor Ginott, decía que no debemos castigar, sino dejar que el niño experimente las consecuencias de sus actos. Por ejemplo, si nuestro hijo, mientras juega en la playa, tira arena en la cara a su hermano varias veces a pesar de nuestras advertencias y le castigamos sin tomar un helado esa tarde, lo único que conseguimos es distraer al niño. Es como hacerle mirar hacia otro lado y que se preocupe sólo de fantasear con la posible venganza, más que de recapacitar sobre sobre la manera de enmendar su mala conducta.

Es decir, castigando al niño con algo que no tiene nada que ver con lo que ha hecho mal, le privamos de experimentar el proceso de enfrentarse internamente a su mal comportamiento.

En su libro, el doctor Ginott propone varias alternativas al castigo. Si seguimos con el ejemplo del niño que tira arena a su hermano en la playa, en vez de decirle:

-Te has quedado sin helado esta tarde.

Podríamos hacer varias cosas, una de ellas, expresar de manera contundente que eso que está haciendo está mal y ofrecerle una alternativa:

-No se tira arena en la cara a nadie porque molestas y puedes hacer daño. Si decides seguir haciéndolo, tendrás que sentarte en la toalla y dejar de jugar con la arena. Tú decides.

Otra posibilidad, es emprender alguna acción, como coger al niño y llevarlo a sentarse a la toalla diciéndole:

-Ya veo que has elegido no jugar con la arena más por hoy.

Es probable que el niño llore un rato, si, o que pase el resto del día enfurruñado en su toalla. Pero en ese rato experimentará las consecuencias de su mala actuación. Con eso es suficiente.

Por el contrario, si antes de llevarle a la toalla le hubiéramos castigado también sin helado, ese rato de experimentar y reflexionar sobre las consecuencias de sus actos, se transformará en un espacio para el odio, la rabia y los deseos de venganza. Lo único que habremos conseguido al poner el foco en el helado, es distraerle del asunto realmente importante:  que aprenda (y piense sobre ello) que no debe tirar arena a la cara a su hermano cuando juega en la playa con él porque esa es un conducta agresiva y violenta.

En resumen; hay alternativas al castigo. Como métodos educativos son mucho más eficaces y no provocan sentimientos negativos de nuestros hijos hacia nosotros. Para no equivocarnos y castigar a nuestro hijo con algo que nada tiene que ver con su mal comportamiento, lo más sencillo es pensar siempre en cuáles son las consecuencias de su mala conducta y dejar que las experimente por sí mismo.

Volviendo al ejemplo anterior, para los padres que se queden con ganas de que ese niño experimente más consecuencias aún, hay más opciones. Por ejemplo, le podríamos decir al día siguiente antes de irnos a la playa:

-Lo siento, tu hoy no te llevas tus juguetes de playa porque no sabes jugar civilizadamente con la arena, o

-Hoy podrás jugar, pero tú sólo. Tu hermano está harto de que le tires la arena a la cara, hasta que no aprendas a comportarte bien, jugarás sólo.

Estoy de acuerdo en que esta opción es algo más exigente que la de castigar sin más, porque requiere un poco de imaginacinación y creatividad por nuestra parte. Las primeras veces te costará un poco, pero es un aprendizaje. Enseguida podrás mecanizarlo y te saldrá sin apenas esfuerzo.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

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