La magia de educar sin trucos

La escena que presencié el otro día en un centro comercial es digna de contar, por eso la quiero compartir aquí.

Una niña de unos 2 años lloraba desesperada frente a una estantería de una juguetería (era algo más que llorar, os podéis imaginar). Su madre estaba a su lado con cara de “tierra trágame”. Enseguida comprendí que la pequeña se había encaprichado de una muñeca y su madre se negaba a comprársela. Los otros padres que había en la tienda y las dos dependientas miraban a la madre con gesto compasivo, igual que yo. Cualquiera que tenga hijos, muy probablemente se habrá visto en más de una situación como esta.

Reconozco que “hice tiempo” para ver cómo esa madre lo gestionaba. Primero intentó negociar con la niña, pero no hubo manera. Con un lenguaje serio y firme pero sin gritar ni levantar la voz en ningún momento, le decía una y otra vez que no, que ya lo habían hablado, que no le iba a comprar nada porque no había ningún motivo para hacerle un regalo. La pequeña, que no escuchaba a su madre, se  tiró al suelo. Parecía estar poseída. Se desgañitaba gritando que quería esa muñeca.

Entonces empezó la magia.

Vi a esa madre respirar hondo antes de agacharse. Forcejeó con su hija hasta que consiguió levantarla mientras le decía:

–Ya mi niña ya, ya lo sé, ya lo sé…tranquila pequeña.

Se quedó de cuclillas en medio de la tienda, a la altura de la niña y la abrazó muy fuerte. En ese punto la pequeña parecía un poco más tranquila. No pude oír con claridad todo lo que su madre le empezó a susurrar al oído porque la niña seguía gimiendo. Pero de entre todos esos susurros escuché la siguiente frase:

-Claro que sí, estas muy enfadada ¿verdad? No te preocupes, es normal. Yo también me enfadaría ¿sabes? Ya sé lo que vamos a hacer…

Las dos seguían muy abrazadas y yo, atónita, no daba crédito. En el fondo ya daba igual lo que hiciera esa madre porque para mí ya lo había hecho todo. La niña estaba ya bajo el influjo de su magia e hiciera lo que hiciera a partir de entonces a mí ya me parecía una heroína.

Pero aun así me quedé ahí plantada. En ese punto ya nada ni nadie podía sacarme de allí. No estaba dispuesta a perderme el siguiente truco.

Porque hubo más magia.

-Vamos a respirar como mamá te ha enseñado y cuando te calmes te voy a contar lo que vamos a hacer, ¿vale?, dijo la madre.

La niña empezó a respirar al ritmo que su madre marcaba. Muy hondo, muy lento. En menos de un minuto estaba secándose las lágrimas de los ojos y su madre le quitaba los mocos con un pañuelo.

-Mira, ven, le dijo. Esta es la muñeca que te gusta ¿no? Pues mamá le va a hacer una foto con el móvil para que la puedas ver cuando quieras y para que no se nos olvide que ésta es la tuya. Y te prometo que te la compro por tu cumpleaños.

-Vale mami, pero me lo prometes ¿eh?, respondió la niña con voz de pena.

-Te lo prometo. Venga, que nos vamos casa. Lo has hecho muy bien, gordita,  Estoy muy orgullosa de ti.

Los ojos se me salían de las órbitas ya.

Madre e hija salieron cogidas de la mano como si nada. Calculo que en total fueron unos 5 minutos. Pero esos 5 minutos a mí me sirvieron mucho más que cualquier curso para padres de los que he hecho en los últimos años. La reacción de esa madre me devolvió la esperanza y la fe en el poder que tenemos para educar  desde el respeto, el cariño, la firmeza y la serenidad.

Y como la que estaba bajo los efectos de su magia entonces ya era yo, no puede evitar seguir  a esa madre y darle la enhorabuena.

Se rio como quitándole importancia cuando la asalté.

-Te lo agradezco mucho, me dijo. Porque efectivamente esto para mí es un esfuerzo. Lo más fácil sería pegar un grito y arrastrar a la niña de los pelos hasta el coche. Te juro que aunque parezca que esto que has visto me ha salido natural no es así. Me cuesta mucho y tengo que hacer un esfuerzo para concentrarme y no volverme loca y empezar a gritar…

Fue entonces cuando me di cuenta de que la magia sí existe, si y de que quien la tiene no necesita trucos. Sólo hace falta un poco de esfuerzo y una pizca de atención.

La educación respetuosa consiste en eso: Conoce, comprende, acepta y gestiona emocionalmente a tu hijo como el niño que es, no como lo que a ti te viene mejor que sea. Los niños de dos años tienen rabietas y sufren. Si te obcecas en evitarlas o taparlas en vez de en aprender a gestionarlas, el sufrimiento será doble, para él y para ti. Y por supuesto, quien dice rabietas dice cualquier otro conflicto doméstico en el que haya un hijo implicado. No importa la edad. Esta fórmula vale para niños y adolescentes. ¡Ánimo! yo ya he empezado a practicar en casa y ya estamos notando los efectos de la magia.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

Add A Comment