Adolescencia, divino tesoro

Hay una creencia bastante extendida entre los padres: la adolescencia es una etapa del desarrollo de nuestros hijos cuanto menos incómoda. ¿Qué padre o madre no se ha sentido en algún momento de su vida “asustado” ante la proximidad de esta etapa? Es difícil escapar de tanto estímulo que nos predispone negativamente. Si os fijáis, estamos sometidos casi a diario a muchísima información que contribuye a reforzar esa creencia: la adolescencia es complicada. Oímos comentarios de otros padres, familiares, amigos y profesores y automáticamente damos por hecho que la adolescencia es una etapa tormentosa. Lo decimos incluso antes de que nuestros propios hijos lleguen a ella. Lo damos por sentado aún sin haberlo vivido.

De modo que para muchos padres y madres, nuestras expectativas sobre la adolescencia van un poco en esa línea ¿no? A pocas personas habréis oído pronunciar la frase que da título a este artículo: “Adolescencia, divino tesoro”…será una broma ¿no?

Pues no, porque como todo, nuestra interpretación de las cosas que pasan a nuestro alrededor (incluido lo que pensamos de la adolescencia de nuestros hijos antes de que llegue) depende mucho del lugar desde el que las miramos.

Nuestro sistema de atención funciona en parte movido por nuestras expectativas. A lo largo del día estamos expuestos a millones de estímulos, que nuestros sistemas sensoriales por más que quisieran no podrían percibir. De manera que entre esos millones de estímulos, nuestro cerebro tiende a seleccionar y percibir principalmente aquellos que encajan con nuestras expectativas.

Si nuestras expectativas sobre la adolescencia se basan en afirmaciones como estas: “va a ser una etapa muy difícil…qué pereza…verás tú cuando esta niña tenga la edad del pavo…no va a haber quién la aguante… qué horror… lo que se nos viene encima”… ya os podéis imaginar que de todo lo que nos digan sobre los adolescentes otros padres, profesores, familiares o amigos,  nuestro cerebro va a procesar principalmente aquello que encaje con esas expectativas.

Por ejemplo, cuando unos amigos nos hablen de su hijo adolescente y nos cuenten que están muy contentos con él porque está demostrando ser muy responsable con los estudios, pero que la adolescencia está siendo dura porque el chaval está muy contestón y rebelde… nosotros tenderemos a procesar sólo la segunda parte del discurso, porque es la que encaja con nuestras expectativas de que la adolescencia es una etapa complicada. Es una manera muy simplificada de explicarlo pero más o menos funcionamos así. Nuestro cerebro está permanentemente haciendo predicciones y para ello usa como modelo, las expectativas.

Pero ¿y si cambiamos el punto de vista? ¿y si empezamos a mirar a la adolescencia como un tiempo precioso y una oportunidad que nos brinda la vida para conectar con nuestros hijos? ¿y si pensamos en la adolescencia como un divino tesoro? nuestras expectativas sobre lo que nos vamos a encontrar cambiarán y, cuando nuestros hijos se vayan adentrando en esa etapa, nuestra tendencia será la de ver esas peculiaridades de adolescente con naturalidad, incluso con curiosidad pero nunca con ansiedad, resignación o pereza.

Desmitificar la adolescencia es naturalizarla. Es empezar a mirarla como una etapa llena de posibilidades, de apertura, de crecimiento personal y de conexión.

Si la vemos así, en vez de generar resistencias, estaremos disponibles para nuestros hijos  aceptando y respetando los adolescentes que son. Quiero decir que en vez de enfadarnos y molestarnos por sus actitudes propias de adolescentes, las veremos como parte de un proceso de cambio natural que nuestros hijos deben hacer para evolucionar y crecer, y no como algo personal contra nosotros.

Este cambio de punto de vista, este cambio de la resistencia a la aceptación, transforma radicalmente nuestro estado de ánimo como padres. Ya no estaremos predispuestos negativamente. Este profundo respeto por quien está siendo mi hijo en este momento de su vida nos abre a la posibilidad de conectar con él para siempre. Sí, para siempre. Porque la manera en que gestionemos nuestra relación con nuestros hijos en la adolescencia va a determinar en gran medida cómo será nuestra relación con ellos cuando sean adultos.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

 

Add A Comment