¿Hasta el gorro de niños?

Recuerdo perfectamente a mi madre, por esta época del año, suspirando y diciendo:

-“Estoy hasta el gorro de niños…qué ganas tengo de que empecéis el colegio…”

A estas alturas de la vida ya debería entender esa frase…y el caso es que la entiendo, incluso a veces siento exactamente lo mismo que sentía mi madre. Yo tengo sólo dos hijas, así que puedo hacerme una idea de lo que debe ser un final de verano con cuatro niños; como mínimo, agotador.

Estos días estoy pensando mucho en esa frase, porque allá a donde voy, la escucho una docena de veces. Y me viene a la memoria un recuerdo: lo muchísimo que me molestaba escuchar esa frasecita que se repetía cada mes de septiembre sin excepción en boca de mi madre. Recuerdo también, que no era que me molestara porque no me apeteciera empezar el cole…era más bien porque me hacía sentir un estorbo. No sé en vuestro caso, pero en mi entorno, cuando yo era una niña, estaba bastante extendida la creencia de que “los niños molestan”. Y no era algo exclusivo de mi familia.

En realidad no creo que mi madre pensara que mis hermanos o yo molestáramos, o que fuéramos un  estorbo. Supongo que decía la frase por pura inercia, por automatismo, sin pensar demasiado en las repercusiones que esa frase podía tener en la autoestima de una niña.

El caso es que la tuvo, y durante muchos años de mi vida, durante toda mi infancia  hasta que fui una jovencita, me sentí un poco como un miembro de segunda clase en la familia porque no tenía los privilegios de los adultos, sentía que no se me valoraba igual. Evidentemente esta sensación que yo tenía no era sólo por esa frasecita, pero el caso es que ahora sé que contribuyó bastante a que yo no me sintiera querida, ni aceptada, por lo menos durante un tiempo.

Por eso, hoy en día,  ya consciente de que realmente yo no “molestaba” a mis padres y de que claro que mis padres me querían y aceptaban, me digo a mí misma: ¡qué necesidad de generar ese sentimiento de ser un estorbo en un niño cuando en realidad no lo es! ¿no?

Qué cosa tan tonta, por favor, con lo fácil que sería si sencillamente pusiéramos atención a las palabras que usamos cuando hablamos a nuestros niños. Porque todas esas frases que repetimos a nuestros hijos por automatismo puro –¡ay qué pesado eres! , ¡estoy harta de ti! etc… en algún sitio del inconsciente de nuestros niños van haciendo mella y poco a poco van dañando justo eso que –paradojas de la vida- como padres queremos que nuestros hijos tengan y, además, cuanto más alta mejor: la autoestima.

Te invito a que leas este post sobre la autoestima que puedes encontrar en mi blog: https://thecoachingpost.com/autoestima-se-escribe-5-aes

En él contaba la visión de un prestigioso psicólogo, David Richo. Para él, los padres somos los principales responsables de que nuestros hijos tengan una autoestima alta y explica que podemos conseguirlo dándoles durante su infancia lo que él llama las “cinco aes”

Afecto, Atención, Aprecio, Aceptación y Autorización.

Supongo que estaréis de acuerdo conmigo en que con frases como esta:  “Estoy hasta el gorro de niños…qué ganas tengo de que empecéis el colegio…” repetidas una y otra vez a lo largo de los años, no contribuimos demasiado a fomentar ninguna de las “cinco aes”,  en concreto el afecto ( te quiero) la aceptación ( te acepto ) y el aprecio ( me gustas tal y como eres)

Porque a una persona a la que quieres, aceptas y aprecias, no deseas perderla de vista…¿no? Así funciona la lógica de un niño: un niño que es incapaz de leer entre líneas, de entender que eso que acaba de decir mamá es sólo una “manera de hablar” pero que en realidad no lo piensa.

Efectivamente, lo más probable es que esos niños, cuando sean adultos lleguen a entender igual que hice yo…lleguen a reconstruir esa autoestima dañada a base de otras experiencias que les confirmen que sí les queremos y sí les aceptamos pero ¿qué necesidad hay de hacerles ese daño durante la infancia?

Este post es una invitación a que simplemente pongas atención a cómo hablas a tus hijos. Seguro que si usas ese tipo de frases a menudo –¡ay qué pesado eres! , ¡estoy harta de ti! etc… lo haces por puro automatismo e inercia. Seguro que si lo piensas bien te es muy fácil darte cuenta de que en muchos casos, ni siquiera lo sientes así.

Yo ya he hecho los deberes y estos días de septiembre he decidido que (aunque en muchos momentos estoy hasta el gorro de mis niñas) no pienso decirles ni una sola vez que estoy deseando que empiecen el colegio.

 

Aldara Martitegui

 

 

 

Add A Comment